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VOLVIMOS A LOS OCHENTA

Uno de los aspectos más alarmantes de la expansión del Covid-19 es que está generando una crisis alimentaria. Hoy los más excluidos enfrentan una pregunta horrible: ¿Muerte por coronavirus o por hambre? 

Todo esto en una región con más de 90 mil habitantes (Casen 2017) que sufren escasez alimentaria, una de las formas más crudas de la extrema pobreza. La mayoría de ellos viven hacinados, en condiciones extremadamente precarias, lo que los vuelve aún más vulnerables frente a la enfermedad y el hambre.

En Antofagasta, según el Registro Social de Hogares, más de 700 personas viven en situación de calle, y como Hogar de Cristo solo tenemos capacidad para atender a 500 de ellos. Las cifras pueden decir mucho, pero no lo dicen todo. Para nuestros profesionales en terreno ha sido doloroso constatar cómo las personas más pobres ya no piden “una moneda, por favor”, sino que suplican por “un pedazo de pan”, un drama que nuestra causa no veía desde la crisis económica de la década de los ochenta, cuando las personas efectivamente morían de hambre y la solidaridad se expresaba en ollas comunes, las mismas que han empezado a surgir generosamente en la población Los Chañares, Villa Esperanza, Población Juan Pablo II y otras más en el sector norte de la ciudad. Como nuestra temprana iniciativa #ChileComparte, que lleva más de un mes entregando cajas con alimentos, que también responde a esa necesidad que palpita en los territorios.

La única diferencia es que hoy la población migrante también se suma a los más vulnerables de la región. De Colombia, Bolivia, Perú y también del sur de Chile; hombres con larga, mediana y escasa vida en calle; jóvenes con consumo de drogas, adultos mayores dependientes del alcohol, los que deambulan buscando una comida caliente. Cuando el hambre arrecia entre todos ellos, la pandemia pasa a segundo plano. 

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